¿Que tan infiel puedes llegar a ser? O mejor dicho. ¿Cuántas veces has sido infiel?, seguro que me dirás que nunca, o tú, me dirás que jamás, que solo los chicos son capaces de eso y nada más.
Lo cierto es que al menos una vez, en el sueño más erótico de tu vida, has sacado los pies del plato, como me dijeron una vez...
De ahí que todo esto se resume en las miles, mejor dicho millones de veces, en que uno puede inventar, moldear, redondear las mentiras o excusas. Uno siempre suele empezar de esta manera.
“Le vas a creer a los demás antes que a mí”, es cierto ese es el recurso más próximo para aquellos que te vieron con una y luego con otra. De esto uno se escuda en su palabra, en el peso que tiene como pareja, en el tiempo que llevan juntos, en todo lo bueno y malo que ha pasado; pero de ahí al hecho en sí es que te esmeras por decirlo de la manera más convincente para que termines de creértelo tú mismo y así hacerle creer a ella o él que es cierto. Lo cierto es que tu estoica manera de confesarlo termina por darte el beneficio del amor y no tanto de la duda. Al final terminan creyéndote todo.
“Lo siento mucho, fue… producto de mi torpeza, lo siento, por favor, soy un ser humano, cometo errores, dame otra oportunidad y prometo que todo será diferente”, este argumento, basado en que eres un simple mortal te dice que te equivocaste, que no la supiste hacer y que por ende, te descubrieron. Tal vez dejaste la carta de la otra persona en un lugar que lo vieron, tal vez la llamada que te puso nervioso o nerviosa, tal vez fue el mensaje de texto, el correo electrónico, una salida mal programada y todo se vino abajo, tu plan carnal terminó de ser muy tonto. Al mismo tiempo no te queda más remedio que demostrar tus dotes de cariño jamás demostrados, tus dotes de galán. En ese periodo de perdón sacas lo mejor de ti, te preocupas como jamás lo hiciste y jamás lo harás, te importa más de lo que tú crees, te desvives por cumplir uno a uno sus miles de caprichos, aceptas cosas que jamás aceptarías en otra situación, pides mil veces perdón en el momento más adecuado, según tú. Lo cierto es que una vez más, si la persona a tu lado te quiere tanto te perdona.
Y, ¿qué pasa cuando te descubren in fraganti? O mejor dicho con las manos, literalmente, en la masa. No solo las manos, sino los labios, el cuerpo y todo lo que tu deseo puede dar. En ese momento surge algo bien complicado, existen varios segundos donde escuchas tu corazón latir muy rápido, sientes un helado frío que recorre tu espalda, se acaba la magia de la pasión y se apodera de ti el nerviosismo de tu primera vez. Pasa otro segundo y no sabes qué hacer, si quedarte con la persona que tienes debajo de ti o ir corriendo por la que te está observando con cara de asombro descomunal, con asco y repudio, con ganas de tirarse encima tuyo e infringirte el mayor daño posible para compensar su terrible sentimiento de pérdida.
Cuando descubren que lo tenías oculto por años, por tiempo, por décadas. En ese instante sientes que todo se derrumba, que no hay ni habrá remodelación que valga para que todo se solucione, la imagen del hombre o mujer perfecta se desmoronan como naipes. Seguro que descubren una mentira, encuentran un cabello de mujer, llegas oliendo a perfume de varón, llegas cansado de estar aún más cansado y así se va hilvanando las mentiras hasta producir un castillo de dudas y penas.
También está la infidelidad por basto conocimiento o para aquellos que no quieren ver nada de lo que pasa frente a sus ojos. Cuando uno se enamora, casi por arte de magia se vuelve ciego. No ve lo que los demás ven porque uno cree, ciegamente, en lo que dice la otra persona. También los y las hay de los que dicen no sentirse bien contigo. Claro que lo dicen después de mucho y te dicen que necesitan tiempo para pensarlo todo, aunque en realidad no tienen nada que pensar porque lo que hacen es estar con otra persona. Esto pasa cuando uno descuida mucho su relación.
También pasa cuando estás inconciente. Es decir, tienes mil litros de alcohol en tu cuerpo en vez de sangre. Te derrota el cansancio, te derrotan las hormonas y terminas amaneciendo con una persona que no tienes más de doce horas de haber conocido. No recuerdas mucho, solo pasajes en los que tienes que hacer un esfuerzo descomunal para recordar lo que pasó.
Lo cierto de todo es que uno de los dos sale perjudicado, en ese juego donde juegan tres. Uno pierde, por goleada, pero pierde. Otros luchan como guerreros para no perder, pero es inevitable. Otros sólo se rinden y terminan más rendidos de sí mismos. A todo esto, lo que diga yo no es la verdad pura. Hay muchos que aprenden y otros que tardan más en aprender pero al final es eso. Equivocarse y levantarse.
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